En los cuadernos que escribe en la cárcel, a partir de 1929, Gramsci dedica varios apartados a la temática de los intelectuales; tema que hoy llama nuestra atención. Las líneas vertebrales de estos cuadernos podrían sintetizarse en: la teoría de la hegemonía y la filosofía de la praxis; dimensión filosófica y dimensión política, encontradas por y en su historicidad. [1]
Para poder pensar a los intelectuales, Gramsci plantea la necesidad de un criterio que no se encuentre en sus prácticas intrínsecas; ubica al fenómeno de lo ideológico en el conjunto del sistema de relaciones en el cual dichas actividades (y, por tanto, los grupos que las personifican) se encuentran en el complejo general de las relaciones sociales [2] .
Para entender lo que esto supone, nos aproximaremos a las ideas de Gramsci a través de los conceptos de hegemonía e, inevitablemente, los de sociedad civil y sociedad política, para luego poder acercarnos a los intelectuales y su rol en el bloque histórico. Por último, intentaremos comprender la importancia que otorga a lo superestructural en la noción de crisis orgánica.
Tras los pasos de una estrella. Hegemonía
El concepto de hegemonía (gegemoniya) fue retomado como consigna política en los debates del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata Ruso) entre 1890 y 1917. Si bien previamente era utilizado para pensar las relaciones de predominio de un Estado sobre otro, en estos debates fue utilizado para plantear las relaciones entre las diferentes clases al interior de un mismo Estado.
En el II Congreso Socialdemócrata en 1903, tanto mencheviques como bolcheviques coincidían en plantear a la hegemonía (primacía, dirigencia) del proletariado en la revolución burguesa. Posteriormente, tal coincidencia se fue diluyendo por las diferencias entre ambos sectores. Después del fracaso de la revolución en Rusia en 1905, Lenin escribe varios artículos reafirmando los postulados a favor de la hegemonía proletaria. En oposición a los mencheviques, sostenía que el proletariado como única clase revolucionaria debía dirigir la lucha de todos los explotados, como aliados, en pos del socialismo; El proletariado es revolucionario sólo cuando tienen conciencia de esta hegemonía y la realiza. [3]
Fue de los debates del movimiento socialista, cristalizados en los documentos de la III Internacional, de donde Gramsci retomó la idea de hegemonía como parte de la dictadura del proletariado. En ellos también, aunque de forma breve y aislada, se llegó a utilizar el concepto para pensar el dominio de la burguesía sobre el proletariado, cuando ésta lograba confinarlo a un rol corporativo.
En los escritos de Gramsci, la noción de hegemonía se refiere, en un principio, a la alianza de clases entre grupos explotados, dirigida ético-política y económicamente por el proletariado [4] . Dirigencia que no exceptúa concesiones y compromisos, y de la cual subraya su aspecto cultural: la unidad intelectual y moral, ya no planteada en términos de intereses corporativos, sino universales. [5] Tal coalición conforma lo que él denominó nuevo bloque histórico.
Lo sostenido que sostiene
El recorrido continúa y la novedad aparece al Gramsci extender la noción de hegemonía de la perspectiva obrera en una revolución burguesa, al análisis de las estructuras del poder burgués en las sociedades capitalistas occidentales (con el fin de repensar el fracaso de la revolución socialista en su país, y las dificultades que se daban en occidente, diferentes respecto a las del caso ruso, en pos de la misma). Lo presenta en una serie de duplas de opuestos, ubicados en el plano superestructural: Dominación-Hegemonía, Fuerza-Consenso, Violencia-Civilización; siendo el primer momento para los sectores enemigos, y el segundo para los afines. En palabras de J. Aricó: El concepto de hegemonía define las relaciones entre la clase dirigente y el conjunto de las clases aliadas, mientras que el de dictadura hace referencia a las relaciones de enfrentamiento entre estas clases y las reaccionarias que es necesario destruir. [6]
Avancemos entonces sobre la idea de sociedad civil, para ello retomamos lo que Portelli nos aporta: Encontramos en los Cuadernos numerosas definiciones de sociedad civil, todas ellas concordantes: allí se entiende generalmente a la sociedad civil como el conjunto de los organismos vulgarmente llamados privados y que corresponden a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en toda la sociedad. Gramsci la contrapone a la sociedad política (el Estado en el sentido estricto del término) del cual ella constituye su base y su contenido ético). [7] Aquellas instituciones privadas son las escuelas, los partidos políticos, los sindicatos, las iglesias, generadoras de consenso. El segundo elemento que comprende la superestructura es el Estado en el sentido estricto son sus aparatos coercitivos (policía, ejército, cárceles, tribunales, legislación ) que ejercen la de dominación.
A lo largo de sus escritos, las relaciones y caracterizaciones de la dupla superestructural no permanecen inalteradas, al contrario. Diversas son las aplicaciones que hace del concepto de hegemonía en sus cuadernos, y por ende de las relaciones entre la sociedad civil y la sociedad política; P. Anderson nos permite contemplar tales variaciones y acercarnos a una síntesis, que él propone coherente, y nosotros retomamos como válida:
l En una primera disposición, la hegemonía (radicada en la sociedad civil) prevalece sobre la coerción (Estado); considerando entonces, como forma fundamental del poder burgués en el capitalismo occidental, la subordinación cultural de las clases subalternas a las dirigentes [8] . El sistema persistiría, no por coerción, sino por consenso.
Pero, el lugar ocupado por el Estado parlamentario occidental en sí, como eje de los aparatos ideológicos capitalistas, desmiente esta primera solución. La sociedad política también brinda elementos para el consenso; pues él mismo alimenta la creencia en la igualdad democrática de todos los ciudadanos en el gobierno de una nación, o dicho de otra manera, incredulidad en la existencia de una clase dirigente [9] .
l En una segunda configuración, la relación entre sociedad política y sociedad civil es equilibrada: la hegemonía se distribuye entre ambos y la sociedad civil combina coerción y consenso. Si bien Gramsci amplía el ámbito de la hegemonía al Estado (prestando atención a sus funciones ideológicas a través del sistema educativo y penal), también agrega al ejercicio de la hegemonía por parte de la sociedad civil el uso de la fuerza.
Al ampliarse las categorías, la peculiaridad de la hegemonía se desdibuja puesto que ahora aúna fuerza y consenso. Existe siempre una asimetría estructural en la distribución de las funciones consensúales y coercitivas de este poder. La ideología es compartida por la sociedad civil y el Estado pero la violencia pertenece sólo al Estado. [10] El resultado es una falta de distinción estructural entre ley y costumbre, reglas jurídicas y normas convencionales, que dificulta cualquier demarcación precisa de las respectivas provincias de la sociedad civil o el Estado en una formación social capitalista. [11]
l En la tercera versión, el Estado incluye tanto a la sociedad política como a la sociedad civil; pues ambas se identifican en la realidad. Tal aplicación pierde la distinción entre Estado y sociedad civil, como así también la especificidad de la democracia burguesa occidental. Ésta radica en el grado de autonomía en que se sostienen dichas instituciones, que oculta su real pertenencia al poder capitalista. [12]
Tras la identificación de estos tres movimientos en las categorizaciones gramscianas, P. Anderson sostiene que la distribución clave es una asimetría entre la sociedad civil y el Estado en Occidente: la coerción se ubica solamente en uno de los términos y el consenso en ambos. la estructura normal del poder político capitalista en los estados democrático-burgueses está en efecto, simultánea e indivisiblemente dominada por la cultura y determinada por la coerción. [13] El dominio de la cultura es constituyente del poder burgués. Éste, apoyado sobre todo en el consenso de las masas en su propia explotación y en su creencia en el autogobierno a través de un Estado democrático representativo (Estado que no reprimiría a las masas, sino que las integraría). En ese plano, las divisiones de clase, de origen económico, quedan relegadas en pos de una igualdad y libertad jurídicas, de índole políticas. De todas formas, las condiciones para tal hegemonía las da, silenciosamente, el monopolio de la violencia legítima en el Estado. Privado de él, el sistema de control cultural se volvería frágil al instante puesto que desaparecerían los límites de las posibles acciones en su contra [14] .
Una esencia común: la totalidad
La supremacía de un grupo social se manifiesta, así, en la dominación y en la dirección que ejerce sobre el conjunto de la sociedad. El análisis de la superestructura no se termina en la conceptualización de sus partes, sino que requiere reconsiderar su vínculo con lo estructural. [15] Para pensar la integración de ambos planos Gramsci utiliza el concepto de bloque histórico; término, retomado de Sorel, que conserva la noción de totalidad. La hegemonía tiende a construir un bloque histórico, o sea, a realizar una unidad de fuerzas sociales y políticas diferentes y tiende a mantenerlo unido a través de la concepción del mundo que ella ha trazado y difundido [16] . Es el encuentro de la estructura y la superestructura, su orientación común.
Para poder significar esta relación de totalidad que implica el bloque histórico, retomemos la proposición de unidad entre filosofía e historia que plantea Gramsci en sus críticas a Benedetto Croce.
La proposición de Croce sobre la identidad de historia y filosofía es la más rica de consecuencias críticas: 1) está mutilada si no lleva a la identidad de historia y de política (y deberá entenderse por política la que se realiza y no sólo las diversas y repetidas tentativas de realización, algunas de las cuales, tomadas en sí, fracasan); 2) y también a la identidad de política y filosofía. Pero si es necesario admitir esta identidad, ¿cómo es posible distinguir las ideologías (iguales, según Croce, a instrumentos de acción política) de la filosofía? Es decir, que la distinción será posible pero sólo por grados (cuantitativamente) y no cualitativamente. Las ideologías, por lo tanto, serán la verdadera filosofía porque son las vulgarizaciones que llevan a las masas a la acción concreta, a la transformación de la realidad. Serán, por consiguiente, el aspecto de masa de toda concepción del mundo, que en el filósofo adquiere carácter de universalidad abstracta, fuera del tiempo y del espacio; caracteres peculiares de origen literario y antihistórico. [17]
Antonio afirma la historicidad de las filosofías y la búsqueda de una explicación realista de todas las concepciones subjetivistas de la realidad.. La teoría de la superestructura no es más que la solución histórica y filosófica del idealismo subjetivo. [18] Es a partir de la filosofía de la praxis que se dilucidan las relaciones entre y desde la superestructura a la base estructural, dadas en el proceso real, negadas por la filosofía idealista. Lo superestructural es por su relación con la estructura (distinto, pero no diferente), y por ello mismo, no constituye meras apariencias o falsificaciones, sino una realidad objetiva, activa y operante. Es desde donde se toma conciencia de las relaciones sociales (de clase), desde donde se definen sus objetivos, desde donde se piensa el pasado y se construye la Historia.
Esta íntima relación condicionante entre lo superestructural y lo estructural, es dilucidada por la filosofía de la praxis, que le devuelve a lo ideológico y lo político su carácter de concreto-histórico, y por ende, parte del bloque histórico. [19]
Los que llevan y traen concepciones de la realidad
Si pensamos a la estructura social, en una situación histórica determinada, en ella se incluirían las relaciones entre las clases, dependientes de las relaciones de las fuerzas productivas, y respecto a la superestructura, en ella las relaciones políticas e ideológicas (sociedad política sociedad civil). Según Gramsci, la vinculación entre ambas sería realizada desde el nivel superestructural por los intelectuales.
La caracterización que Gramsci hace de los intelectuales orgánicos [20] , tiene que ver con la convicción de que cada clase crea consigo y desarrolla en respectivas especialidades parciales y funcionales a su actividad primitiva y a su ideología, una o más capas de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de su propia función, no sólo en el campo económico sino también en el social y político [21] . Por ello: Sólo las ideologías orgánicas, vale decir ligadas a una clase fundamental, son esenciales. Limitada en una primera instancia al nivel económico de esa clase, con el desarrollo de la hegemonía, la ideología se extiende a todas las actividades del grupo dirigente. ( ) En apariencia independientes, las distintas ramas de la ideología no son más que los diferentes aspectos de un mismo todo: la concepción del mundo de la clase fundamental. [22]
Gramsci reinscribe a los intelectuales de manera inseparable del conjunto de las relaciones sociales; lo intelectual, lo ideológico, no sería relativo sencillamente a una actividad social específica. [23]
La centralidad y amplitud del concepto de ideología que Gramsci utiliza, en tanto verdaderas filosofías, permite ésta reinscripción y muestra la importancia de los intelectuales en la sociedad. Ésta, se manifiesta en el conjunto de la vida colectiva y de los individuos. Cada hombre, más allá de la función social específica (y de dónde recaiga en mayor cuantía el esfuerzo de las actividades que realice) participa de una concepción del mundo a través de su intelectualidad. [24]
La sociedad está atravesada por la diversidad de ámbitos de acción en que participan, en diversos grados, especialistas de lo intelectual, que elaboran, vehiculizan y realizan la visión del mundo dominante. Podemos distinguir ciertas organizaciones que ellos conforman según si incorporan parcialmente a su actividad general cuestiones ideológicas, o si su función principal es la de difundir la ideología. Entre las primeras podemos incluir a aquellas que componen a la sociedad política (en las que actúan policías, políticos, jueces, abogados, militares ). Entre las organizaciones culturales propiamente dichas están: las instituciones educativas, las Iglesias, los medios de comunicación, museos, sindicatos ( ), propias de la sociedad civil.
Tendiendo a organizar y dirigir a los grupos sociales en conformidad con las relaciones socio-económicas, dando coherencia y homogeneidad a la clase regente, los intelectuales son los funcionarios de la superestructura.
Cada una de estas funciones -hegemónica, coercitiva, económica- contribuye a la unidad de la clase fundamental y a su hegemonía en el seno del bloque histórico. Comparando la situación de la clase hegemónica con la de las clases subalternas, Gramsci muestra cómo una clase adquiere realmente su homogeneidad sólo después de la creación de una capa de intelectuales que ejercen la hegemonía y la coerción. [25]
Pérdida de sentido
Ahora veamos a través del concepto de crisis orgánica la posibilidad de gestación de un nuevo bloque histórico.
La crisis revolucionaria, para Gramsci (y a diferencia de Marx que la sitúa en las relaciones socio-económicas) aparece como crisis de la hegemonía. Gracias al concepto de bloque histórico, el pensar la crisis revolucionaria como hegemónica abarca al total de las relaciones sociales.
Para que un bloque histórico desaparezca, la crisis estructural debe devenir en crisis de hegemonía; esto es lo que caracteriza a una crisis orgánica. En la medida en que la clase dirigente deja de cumplir su función económica y cultural, afirma Gramsci, es decir, cuando cesa de empujar realmente a la sociedad entera hacia delante, satisfaciendo no sólo sus exigencias existenciales, sino también la tendencia a la ampliación de sus cuadros para la toma de posesión de nuevas esferas de la actividad económico-productiva, el bloque ideológico que le da cohesión y hegemonía tiende a disgregarse. [26] Las clases dirigentes pierden la dirección ideológica sobre las clases subordinadas, que llegan a cuestionar no sólo su quehacer político sino a toda la sociedad civil. Para mantenerse como tal, la clase dominante apela a la sociedad política y fortalece su posición coactivamente.
La crisis [27] y la toma de consciencia de las masas, no implica necesariamente una consciencia revolucionaria: Estos movimientos espontáneos son inorgánicos porque los estratos sociales pasan bruscamente del estadio económico-corporativo al estadio político sin la intermediación de los intelectuales [28] ; pero esta intermediación es necesaria. Acompañando a la ruptura con la clase dirigente, debe haber un proyecto alternativo, un sistema hegemónico opuesto al regente, organizado por la clase subalterna fundamental. Pero además para que, tras la crisis, surja un nuevo sistema hegemónico, es preciso que las clases subalternas puedan organizarse en pos de una dirección política e ideológica propia.
La crisis orgánica, al ser una crisis de hegemonía afecta a la sociedad civil; los aparatos de poder de la sociedad política permanecen en manos de la clase dominante. Pero el elemento clave es que si no existe un proyecto antagónico lo más probable es que la situación y los movimientos que se han generado sean reabsorbidos y reordenados. En este sentido, bajo la fachada (real) del desorden y el cuestionamiento social la posición de la clase dominante continúa siendo muy favorable, y puede optar por varias estrategias para darle fin a la situación crítica: desde la recomposición de la sociedad civil, a la plena utilización de la sociedad política, e incluso una solución cesarista o bonapartista.
Creando intelectuales propios (y excluyendo a los orgánicos subalternos de las clases dominantes), las clases subalternas deben organizarse. Su toma de consciencia y la organización de su propio sistema hegemónico, o visión del mundo, permite buscar el consenso y alianza de la clase fundamental con las demás clases subalternas. A partir de allí, podrá tender a conformar un nuevo bloque histórico económico, político e ideológico, que sólo será una vez que estén a su cargo el sistema hegemónico y el Estado.
Un grupo social puede y hasta tiene que ser dirigente ya antes de conquistar el poder gubernativo (ésta es una de las condiciones principales para la conquista del poder); luego, cuando ejerce el poder y aunque lo tenga firmemente en las manos, se hace dominante, pero tiene que seguir siendo también dirigente. [29]
Conclusión e ideas finales
Este pequeño ensayo forma parte de nuestro espacio de formación. Desde hace casi dos años comenzamos una trayectoria colectiva en la que surgió entre otras cosas la pregunta por el rol de los historiadores (intelectuales), su función social, su ética, su relación con la política, etc. Para todo ello comenzamos a trabajar con los escritos de Gramsci y de otros autores vinculados en especial a lo que puede pensarse como marxismo heterodoxo. El acercamiento a Gramsci en particular no sólo dilucidó nuestras preguntas referidas al problema de los intelectuales, sino que complejizó nuestra perspectiva y generó nuevos interrogantes. Nos hizo por ejemplo debatir más profundamente el problema del Estado, las diferentes formas de interpretarlo, el problemas de las relaciones entre las clases (alianzas), las fuerzas sociales, y aún más el cómo pensar la cuestión de lo que se denomina superestructural. Se trata de diversos asuntos que, en tanto futuros historiadores, nos resultan fundamentales. Consideramos las reflexiones en torno a Gramsci como un momento de nuestras definiciones metodológicas, conceptuales y políticas.
Presentaremos finalmente algunas reflexiones y aperturas. Al considerar a las actividades de reproducción del mundo físico y social, como a las de pensamiento y crítica de las mismas, articuladas en el conjunto de la sociedad y en cada hombre, digamos:
- que las funciones sociales están subsumidas a las determinaciones de las relaciones sociales de producción. Descartando así, clasificaciones e incluso jerarquizaciones meramente a partir de ellas, y buscando en las relaciones de producción el punto de partida tanto de su necesidad, como de sus características y existencia.
- que la intelectualidad sea constituyente en cada hombre, explica el asidero de los mecanismos de dominación planteados en torno al concepto de hegemonía. Por ende, posiciona a las visiones del mundo como un espacio de tensión y lucha entre las clases sociales. Lo que hace que, no sólo la crítica al modelo hegemónico vigente, sino también la búsqueda, en tanto construcción, de un modelo diferente, sea necesario para un proyecto político de transformación de las relaciones sociales de producción.
- que la supuesta autonomía o independencia que supone la profesionalización o especialización de los intelectuales, da cabida al planteo de un conocimiento a-político, un conocimiento objetivo, que mantiene el postulado de la filosofía idealista. La historicidad de la producción de conocimiento nos permite vincular sus diferentes instancias a las relaciones de clase en que están inmersas. La situación de exterioridad en que se ubican las instituciones de formación e investigación de las ciencias sociales se condice con que sus objetivos se encaminan en pos de una carrera profesional o especialización con el fin de lograr hipótesis cada vez más refinadas para comprender la realidad. De nuevo, el conocer se restringe al observar, al pensar, e incluso, a un saber técnico sobre cómo hacer (escribir, narrar) historia.
- que, teniendo en cuenta la ampliación del concepto de lo intelectual de Gramsci, ésta no puede ser pensada como un ámbito específico en el que participan ciertos grupos, ciertas instituciones y es caracterizado por ciertas prácticas. El conjunto de la sociedad participa de la intelectualidad (si bien la minoría en tanto productores y difusores). Y esto se expresa continuamente en la forma en que los individuos creen organizar sus propias. En ese creer, en esa explicación de la relación con los demás en la sociedad está presente lo ideológico y lo cultural; en cuyos momentos más destacados están la libertad de elección de gobernantes a través del voto, la libertad de elección de los objetos de consumo, la libertad de elección de las ocupaciones/profesiones, la libertad de elegir ser quien se es.
En el ámbito del consenso, donde la mano se dice magnánima, el jactarse como antagónica a la temible mano de hierro, no logra ocultar en su juego el ser su contraparte. Manos que se nombran y definen por oposición, en una escala que va desde el aterciopelado blanco al atemorizante negro, queriéndose olvidar de lo innombrable, aquella que se dice invisible.
Ciertas voces al nombrar, descubren, revelan, rebelan, hacen nombran, descubren, revelan, rebelan, hacen…
BIBLIOGRAFÍA
· Antonio Gramsci; Antología; Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 2006.
· Antonio Gramsci; El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce; Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1972
· Antonio Gramsci; Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado Moderno; edición digital, s/d.
· Hugues Portelli; Gramsci y el bloque histórico; Editorial Siglo XXI, Buenos Aires, 1973.
· José Aricó; Prólogo a Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado Moderno; Córdoba, 1962.
· Perry Anderson; Las antinomias de Antonio Gramsci en Cuadernos del Sur Nº 6 y Nº7; Editorial Tierra del Fuego; Buenos Aires, 1987-88.
· Luciano Gruppi; El concepto de Hegemonía en Gramsci, Ediciones de Cultura Popular, México, 1978. (Versión digital).
· Juan Carlos Portantiero; Los usos de Gramsci; Editorial Siglo XXI, México, 1977.
· Néstor Kohan; Gramsci y Marx. Hegemonía y poder en la teoría marxista; Cátedra Libre Antonio Gramsci; UBA.
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[1] la parte de ellos que puede llamarse histórica es a menudo mínima y está sumergida por un complejo de abstracciones de origen puramente racionalizador y abstracto. Puede decirse que el valor histórico de una filosofía es calculable a partir de la eficacia práctica que ha conquistado ( ). Si es verdad que toda filosofía es expresión de una sociedad, tendría que reaccionar sobre la sociedad, determinar ciertos efectos positivos y negativos; la medida en la cual reacciona es precisamente la medida de su alcance histórico, de no ser elucubración individual, sino hecho histórico. Gramsci, Antonio, Antología, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 2006.
[2] Gramsci, Antonio, Antología, Op. Cit., pág. 391.
[3] Lenin, citado en Anderson, Perry, Las antinomias de Gramsci, Cuadernos del Sur, Nº 6, Buenos Aires, 1987, pág. 75. Si no lograba conducir a las masas fatigadas a todos los campos de la actividad social, restringiéndose a sus propios objetivos económicos particularistas, caería en el corporativismo Anderson, Perry, Op. Cit., pág. 76.
[4] Los comunistas torineses se habían planteado concretamente la cuestión de la hegemonía del proletariado, o sea, de la base social de la dictadura proletaria y del Estado obrero. El proletariado puede convertirse en clase dirigente y dominante en la medida en que consigue crear un sistema de alianzas de clase que le permita movilizar contra el capitalismo y el Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora, lo cual quiere decir en Italia, dadas las reales relaciones de clase existentes en Italia, en la medida en que consigue obtener el consenso de las amplias masas campesinas. Cuest Med. Ant. 192
[5] estaba determinando de nuevo la oposición tradicional entre dictadura del proletariado (sobre la burguesía) y hegemonía del proletariado (sobre el campesinado) tan arduamente recordada por Trotsky. Anderson, Perry, Op. Cit., pág. 78.
[6] Aricó, José, Prólogo a Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado Moderno, Córdoba, 1962.
[7] Portelli, Hugues, Gramsci y el bloque histórico, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 1973, Pág. 17. la cita es de Gramsci de Los Intelectuales.
[8] Adoctrinamiento que se sostendría sobre el aparato cultural (los medios de comunicación por ejemplo) como sobre el aparato económico (por ejemplo el fetichismo de la mercancía).
[9] Anderson, Perry, Op. Cit., pág. 89.
[10] Ídem, pág. 91.
[11] Ídem, pág. 93.
[12] Esta extensión de la idea de Estado está relacionada con las influencias de B. Croce en Gramsci. Las fronteras del Estado no son objeto de indiferencia para la teoría marxista o la práctica revolucionaria. Es esencial poder trazarlas con precisión. Confundirlas es de hecho comprender mal el papel y la eficacia específicas de las superestructuras fuera del Estado en el seno de la democracia burguesa. Ídem, pág. 96.
[13] Ídem, pág. 99 y 101.
[14] Anderson, Perry, Op. Cit., pág. 101. Planteo que completa la perspectiva de W. Benjamin en Para una crítica de la violencia. En este libro, Benjamin sostiene que la violencia es constitutiva y constituyente de cualquier Estado: el Derecho se sostiene por el monopolio estatal de la fuerza que él mismo sanciona; violencia, que un momento anterior, posibilitó su propia gesta.
[15] Respecto a la separación entre estructura y superestructura que utilizamos, cabe decir, que si es pensada como sinónimo de separación entre lo objetivo y lo subjetivo, y de lo económico de lo político e ideológico como compartimentos estancos, no consideramos que sea útil. Si la mantenemos como esquema en el trabajo es porque los autores que tuvimos en cuenta las utilizan, y por ello hacemos explícito que los vínculos entre una y otra son de determinación parcial y mutua. La política es de hecho en cada caso reflejo de las tendencias de desarrollo de la estructura, pero no está dicho que esas tendencias vayan a realizarse necesariamente. ( ) El materialismo histórico mecánico no considera la posibilidad de error, sino que entiende todo acto político como determinado por la estructura de un modo inmediato, o sea, como reflejo de una modificación real y permanente de la estructura. Gramsci, Antonio, Antología, Op. Cit., pág. 277. Aclaremos además que P. Anderson utiliza, al nombrar a la sociedad política y a la sociedad civil, el término de componentes superestructurales. H. Portelli habla de la superestructura del bloque histórico cuando se refiere a éstas.
[16] Gruppi, Luciano, El concepto de Hegemonía en Gramsci, Ediciones de Cultura Popular, México, 1978. (Versión digital).
[17] Gramsci, Antonio, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1972, en el apartado: Identidad de historia y de filosofía.
[18] Ídem, en el apartado: Religión filosofía y política.
[19] Hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre la filosofía de la praxis y las otras filosofías: las otras ideologías son creaciones inorgánicas en tanto que contradictorias, porque están dirigidas a conciliar intereses opuestos y contradictorios; su historicidad será breve porque la contradicción aflora después de cada acontecimiento del que han sido instrumento. La filosofía de la praxis, en cambio, no trata de resolver pacíficamente las contradicciones existentes en la historia y la sociedad; antes bien, es la teoría de tales contradicciones en cuanto no tiende a esconder o encubrir la realidad. Ídem, en el apartado: La doctrina de las ideologías políticas.
[20] Éstos se diferencian de los tradicionales, que son aquellas categorías intelectuales relacionadas con la estructura económica anterior a la vigente; como por ejemplo los eclesiásticos. Para no perder de vista la incidencia de funciones intelectuales por fuera de las ideológicas en el orden feudal, agregamos el ejemplo de la capacidad técnica militar que era detentada por los señores feudales. Esto nos permite recordar que además de las funciones de generación de consenso, los intelectuales también participan activamente en los espacios coercitivos o de dominación.
[21] Gramsci, Antonio, Antología, Op. Cit., pág. 388. El primer grado de especialización no sobrepasa el nivel económico. ( ) Pero una clase fundamental no se limita a este nivel: en la medida en que esta clase aspire a la dirección de la sociedad, la principal función de sus intelectuales será el ejercicio de la hegemonía y de la dominación Portelli, Hugues, Gramsci y el bloque histórico, Op. Cit., pág. 98.
[22] Portelli, Hugues, Gramsci y el bloque histórico, Op. Cit., pág. 18
[23] Ubica al pensamiento humano fuera de un plano ideal y autónomo, en contraposición con la perspectiva de la filosofía idealista. La base para pensar a los intelectuales como un sector independiente se sustenta en caracterizarlo a partir de sus actividades específicas; en este caso, las prácticas para la producción de conocimiento. Para Gramsci el criterio debe ser el lugar que ocupan en las relaciones sociales generales; y en verdad el obrero o proletario, por ejemplo, no se caracteriza específicamente por el trabajo manual o instrumental, sino por la situación de ese trabajo en determinadas condiciones y en determinadas relaciones sociales. no existe una clase independiente de intelectuales, sino que cada grupo social tiene su propia capa de intelectuales o tiende a formársela; pero los intelectuales de la clase históricamente (y realistamente) progresiva, en las condiciones dadas, ejercen una tal atracción que acaban por someter, en último análisis, como subordinados, a los intelectuales de los demás grupos sociales Gramsci, Antonio, Antología, Op. Cit., pág. 487
[24] El diferente grado de esfuerzo muscular y mental hace que se den varios grados de actividad intelectual específica. No hay actividad humana de la que se pueda excluirse toda intervención intelectual: no se puede separar al homo faber del homo sapiens. Al cabo, todo hombre, fuera de su profesión, despliega alguna actividad intelectual, es un filósofo, un artista, un hombre de buen gusto, participa de una concepción del mundo, tiene una línea conciente de conducta moral y contribuye, por tanto, a sostener o a modificar una concepción del mundo, o sea, a suscitar nuevos modos de pensar. Gramsci, Antonio, Antología, Op. Cit., página 391-2.
[25] Portelli, Hugues, Gramsci y el bloque histórico, Op. Cit., págs. 98-99
[26] Portelli, Hugues, Gramsci y el bloque histórico, Op. Cit., pág. 121. La cita completa de Gramsci es: Aquí se aprecia la solidez metodológica de un criterio de investigación histórico-política: no existe una clase independiente de intelectuales, sino que cada grupo social tiene su propia capa de intelectuales o tiende a formársela; pero los intelectuales de la clase históricamente (y realistamente) progresiva, en las condiciones dadas, ejercen una tal atracción que acaban por someter, en último análisis, como subordinados, a los intelectuales de los demás grupos sociales y, por tanto, llegan a crear un sistema de solidaridad entre todos los intelectuales, con vínculos de orden sociológico (vanidad, etc.) y a menudo de casta (técnico-jurídicos, corporativos, etc.). Este hecho ocurre “espontáneamente” en los períodos históricos en los cuales el grupo social dado es realmente progresivo, o sea, empuja realmente la sociedad entera hacia adelante, satisfaciendo no sólo sus exigencias existenciales, sino también la tendencia a la ampliación de sus cuadros para la toma de posesión de nuevas esferas de la actividad económico-productiva. Apenas el grupo social dominante ha agotado su función, el bloque ideológico tiende a desintegrarse, y entonces la “espontaneidad” puede ser sustituida por la “coacción”, en formas cada vez menos disimuladas e indirectas, hasta llegar a las medidas de policía propiamente dichas y a los golpes de Estado. Gramsci, Antonio, Antología, Op. Cit., pág. 487-488.
[27] Gramsci da dos ejemplos de crisis orgánica: la primera se refiere a situaciones en las cuales la clase dirigente fracasa en alguna gran empresa política (por ejemplo una guerra), la segunda está marcada por el paso a la actividad política de grandes grupos de las clases subalternas (particularmente campesinos y pequeño-burgueses intelectuales).
[28] Portelli, Hugues, Gramsci y el bloque histórico, Op. Cit., pág. 126
[29] Gramsci, Antonio, Antología, Op. Cit., pág 486
Los autores de este texto son Integrantes del GEH (Grupo de Estudiantes de Historia) de Rosario.