Apuntes y notas sobre la coyuntura Argentina

15.Jul.08    Apuntes para el debate
   

Frente a las falsas dicotomías (”campo versus gobierno”) con las que la burguesía argentina intenta mantener el partido único del MERCADO y reproducir su MODELO DE DOMINACIÓN DEPENDIENTE del imperialismo, hay que sentar las bases de UN TERCER CAMINO (ni con la Sociedad Rural ni el Partido Justicialista en el gobierno). El desafío consiste en construir un tercer camino, alternativo, revolucionario, que combine la independiencia de clase frente a los bloques de poder con la hegemonía socialista sobre el conjunto de la población explotada, marginada y excluida.


En los tiempos que corren no resulta sencillo orientarse en la lucha de clases. Nos vemos inundados por enfrentamientos cruzados y verticales, ampliamente difundidos por los monopolios de comunicación masivos, que responden a intereses mezclados y ocultos, propios de la dominación burguesa.

En ese marco, en Argentina estamos viviendo un período que involucra a toda América Latina y que remite a la recomposición hegemónica de las burguesías autóctonas y nativas (que de ningún modo pueden caracterizarse como “nacionales”), frente a la avanzada del movimiento popular. La rebelión popular del 2001 [que derrocó al gobierno neoliberal, disfrazado de “progresista”, de Fernando De la Rua] no fue un hecho aislado, sino parte de una oleada de levantamientos, rebeliones e insurrecciones continentales que pusieron en jaque a la “normalidad” de las instituciones burguesas tradicionales.

Frente a esto, las clases dominantes latinoamericanas, dependientes y subsidiarias de la política imperialista norteamericana, supieron actuar y moverse rápidamente, calmando las aguas y recuperando la gobernabilidad. Los mecanismos que usó la burguesía para recomponer la crisis hegemónica son propios de lo que Gramsci denomina “revolución pasiva” al referirse a las transformaciones sociales y reformas operadas desde arriba, desde el aparato de estado, por la cual los poderosos modifican lentamente las relaciones de fuerza para neutralizar los reclamos, las protestas y la oposición de sus enemigos de abajo, las clases oprimidas, subalternas, explotadas.

Nuestras propias banderas de lucha —derechos humanos, reivindicación de la generación rebelde de los años ’70, consignas latinoamericanistas, etc.— fueron resignificadas y tamizadas, quitándole todo su contenido revolucionario. El gobierno de la familia Kirchner hizo ciertas concesiones al campo popular, que respondían a una lucha histórica y aguerrida, logrando frenar y congelar las rebeldías de sectores que habían encabezado las luchas de la década pasada. Una de sus respuestas más rápidas a la crisis fue jugar a ponerse a la cabeza de la defensa de los Derechos Humanos, cooptando a numerosos organismos y movimientos sociales.

Hoy nos enfrentamos a un panorama que muestra con toda claridad el rostro de las burguesías dependientes. Éstas tienen una limitación estructural y sistemática respecto a un proyecto de nación que desarrolle el mercado interno y comience un proceso de industrialización. La industria latinoamericana, ya desde sus comienzos, no pudo escapar a los condicionamientos y subordinaciones del mercado mundial.

La situación que atraviesan nuestros países latinoamericanos no puede entenderse como algo aislado, comprensible solo a partir de “causas internas”. Cuando nos vemos envueltos en la coyuntura, nunca debemos olvidar que el capitalismo es un sistema que se desarrolla a escala mundial, por lo que los períodos que nos tocan vivir responden a cambios y transformaciones del capital internacional. En ese sentido, los países latinoamericanos están sometidos a una dependencia sistemática respecto de los países capitalistas centrales. América Latina, desde la conquista de los estados español y portugués, forma parte de la acumulación capitalista mundial, fundada en la superexplotación de los trabajadores y en el fracaso de las burguesías.

Para sostener esa dependencia, el dominio burgués, a lo largo del último siglo, mantuvo su hegemonía mediante la combinación de la violencia y el consenso, con períodos intercalados de repúblicas parlamentarias, bonapartismos y dictaduras militares, de acuerdo a la dinámica de la lucha de clases y a las relaciones de fuerzas.

Estos últimos años, desde comienzos del siglo XXI, hubo un giro hacia gobiernos supuestamente “progresistas”, como Tabaré Vázquez en Uruguay, Lula en Brasil, Bachelet en Chile, el matrimonio Kirchner en Argentina; los cuales vendrían a representar a los sectores burgueses “nacionales” y se sostendrían en un proyecto de “capitalismo nacional”, “capitalismo andino”, “capitalismo a la uruguaya”, “capitalismo con rostro humano y democrático”, etc..

Así se logró mantener la gobernabilidad como pilar fundamental para que el imperialismo pueda continuar expandiéndose (en extensión y en profundidad). El carácter dependiente de las burguesías latinoamericanas expresó sus verdaderos intereses. La crisis que está empezando a florecer en la economía mundial (principalmente norteamericana) tiene claras repercusiones sobre los países capitalistas periféricos.

De ahí, que el “progresismo” del gobierno de los Kirchner tardó poco en sacarse la careta y mostrar los verdaderos intereses que defiende. La bandera de los Derechos Humanos se deshace frente a las innumerables represiones y presos políticos, asesinatos en los barrios populares (el caso más famoso es el del maestro de escuela Carlos Fuentealba) y hasta desapariciones como en tiempos militares (caso Julio Lopez, ex detenido y torturado en 1976, reaparecido y vuelto a desaparecer recientemente).
La lucha popular argentina si bien entró en un momento de reflujo, perdiendo la efervescencia e indisciplina social que había ganado en el 2001, no tardó en volver a profundizarse y sacar a la luz las grietas del sistema capitalista, llevando a las calles un panorama en el que no se pueden dar las respuestas básicas de trabajo, vivienda, salud y educación a gran parte de la población.

En medio de una inflación creciente, hoy estamos viviendo un avance político de la derecha más tradicional y de amenazas fascistas de nuevo tipo, que no necesariamente se manifiestan en dictaduras militares. En Bolivia toma la forma del secesionismo regionalista, en Argentina del “ruralismo” terrateniente, etc.
La coyuntura latinoamericana presenta un panorama de conflictos agudos y luchas populares. La insurgencia colombiana es el punto más alto de esa crisis y del desafío popular al capitalismo. El actual viraje de Chávez a la derecha, quien estrecha vínculos con Uribe y cuestiona las expresiones radicales de lucha armada en el continente, destierra cualquier ilusión populista de construir el “socialismo de siglo XXI” sin romper con los empresarios (falsamente “bolivarianos”) y el capitalismo. A su vez, el gobierno populista de Evo Morales demuestra serios límites para profundizar cualquier proyecto socialista y se encuentra a la zaga de los movimientos sociales.
En esta coyuntura compleja, Argentina está viviendo el cielo del “capitalismo nacional” donde dos sectores de la burguesía se pelean por ver quien se queda con el botín de la renta agraria, mientras el pueblo sufre el hambre y la miseria.
Justamente, las clases dominantes latinoamericanas utilizan como herramienta fundamental para compensar el débil crecimiento del mercado interno nacional, el alza de precios, es decir, la inflación.

En tiempos de crisis financiera mundial, con centro en los Estados Unidos, el sistema capitalista se sumerge cada vez más en la inflación y en el agotamiento del crecimiento productivo, sujeto a la irracionalidad de la burbuja financiera e inmobiliaria, aumentando cada vez más los precios de los combustibles y alimentos. Eso repercute en el Tercer Mundo.
El gobierno kirchnerista hace más de un año que intenta frenar la inflación, sin lograrlo, incluso a través del ocultamiento y manipulación oficial de las estadísticas reales. En este sentido, preservar el “pacto social” —maniatando, cooptando o reprimiendo la movilización callejera de los movimientos sociales— fue una cuestión fundamental, como base de la gobernabilidad para ahuyentar los peligros de inestabilidad asociados a la inflación. Papel central jugó la burocracia sindical tradicional y la nueva burocracia piquetera, atada a los ministerios estatales.

La precaria estabilidad política no se rompió desde los trabajadores, quienes padecen cada vez más la degradación de sus salarios reales, sino desde los sectores sociales más beneficiados por la política económica del kirchnerismo: el mundo de los agronegocios y los pooles de siembra sojera. El punto que desató el actual conflicto inter-burgués surge a partir de la aplicación de las retenciones (estatales y móviles, que varían según la renta) a las exportaciones agrícolas. El objetivo que persigue el gobierno responde a la repercusión del sistema interno de precios respecto de la aceleración del alza de los precios internacionales de los productos agrícolas así como también obtener mayor superavit fiscal para continuar pagando la deuda externa.

El mundo de los agronegocios, tal como se presenta hoy en día, es consecuencia del denominado “neoliberalismo” y pertenece al movimiento global de la financierización de la economía mundial. En Argentina ese proceso se inicia con la dictadura militar de 1976-1983. Y así hoy nos encontramos con un bloque ruralista, asentado en un capitalismo agrario, que expresa las necesidades del capital financiero internacional, lo que implicó el enriquecimiento rápido, desplazamiento de los cereales tradicionales (trigo, maíz) por el monocultivo de la soja, amenazando la soberanía alimentaria, encareciendo el resto de los productos de la canasta familiar y el consumo popular y destruyendo la naturaleza.

Por tanto, el sector de los propietarios rurales y terratenientes (que ha logrado hegemonizar un sector de pequeños productores) que hoy cuestiona la gobernabilidad kirchnerista expresa un sector reaccionario que lejos de sufrir penurias económicas se encuentra en un período de prosperidad, que es incapaz de plantear cualquier proyecto a largo plazo, ya que se sustenta en los intereses desestabilizadores del capital financiero mundial.

El control de la extrema rentabilidad extraordinaria que desprenden los agronegocios, está sujeto a los contratistas (Grobocopatel es el principal dedicado a la soja), los proveedores de agroquímicos (Monsanto, Dyupont, etc.) y las grandes compañías exportadoras, como Cargill. El circuito de la soja, por tanto, está en manos de los grandes monopolios trasnacionales capitalistas, que en ningún momento se vieron cuestionados ni por el bloque de propietarios rurales ni por el bloque político hegemonizado por el Partido Justicialista (PJ) hoy en el gobierno.

De hecho, el modelo económico fue intensamente fomentado por el gobierno de los Kirchner, quienes nunca intentaron cambiar el modelo agro-exportador-dependiente. Lo que explica que en esta pelea de coyuntura no estamos frente a dos modelos de país diferentes, sino a una disputa interior a la clase dominante.
En estos últimos meses nos vimos arrastrados por un duelo que empapó a toda la sociedad, mediante demostraciones de fuerza en las rutas y en las plazas. Los “ruralistas”, mediante un “lock-out” patronal, salieron a cortar las rutas del país y arrastraron a las clases medias acomodadas rurales y urbanas, quiénes caricaturizaron las cacerolas rebeldes del 2001, saliendo en los barrios más ricos a manifestar su descontento. A su vez, el gobierno llenó varias veces la plaza de mayo, moviendo todo su aparato clientelista y el de la burocracia sindical y piquetera.

Este “duelo” de opereta fue fomentado y agudizado por los monopolios masivos de comunicación, encasillando a toda la población a posicionarse por la alternativa “campo vs. gobierno”.

Parte de la izquierda se vio envuelta así en una coyuntura oscura y confusa, sin una línea política independiente para proponerle a la sociedad. Así, ciertas organizaciones y movimientos de izquierda hablan de una “pueblada rural” (marchando detrás de la Sociedad Rural); mientras que otras de un supuesto “gobierno nacional y popular” (encolumnándose detrás del PJ y la burocracia sindical), ambos existentes sólo en la imaginación.

También, de a poco, un arco considerable de la izquierda, que no se encolumna detrás de ninguno de los dos bloques de poder, a pesar del sectarismo reinante, fuimos ganando las calles, entrando en disputa con ambos bloques y criticando la falsa alternativa “campo vs. gobierno”.

Es cierto que ambos bloques son diferentes entre sí. El bloque liderado por la Sociedad Rural cuestiona por derecha al kirchnerismo. Pero también es verdad que la alternativa “democracia o dictadura” constituye actualmente una falsa alternativa. No está en juego la democracia y la libertad sino… el reparto de la renta, no nos engañemos. De la misma manera que en 1987 el presidente Alfonsín extorsionó al pueblo argentino con las consignas “Yo o el caos…”, “La UCR [Unión Cívica Radical] o la dictadura”; hoy el gobierno kirchnerista del PJ vuelve a apelar al chantaje propagandístico con las mismas malas intenciones.

En la lucha de clases real, las confrontaciones se producen de manera zigzagueante y entre fuerzas sociales contaminadas, nunca puras, donde una fracción de clase hegemoniza y acaudilla a otros segmentos. Que en el bando del “campo” haya efectivamente pequeños chacareros y gente humilde de pueblos del interior, no puede nublarnos la vista. Esa alianza de clases está hegemonizada por los patrones de la Sociedad Rural. Hoy detrás del “campo” –categoría fetichista que esconde las clases sociales, como si la protesta brotara de la tierra, los árboles y el pasto— está nucleada toda la extrema derecha argentina. Desde el empresario Macri (un Berlusconi del subdesarrollo, presidente del club Boca Juniors e intendente de la capital federal) hasta el diario La Nación, desde la Sociedad Rural hasta los vecinos ricos de countries y barrios más pudientes y lujosos de la capital federal.

Del otro lado… ¿está el pueblo? ¿la patria? ¿América Latina? ¿El Che Guevara? ¿Quién pagó y sigue pagando la deuda externa? ¿Quien realiza ejercicios conjuntos con los militares norteamericanos y sanciona contra viento y marea, a pedido de Bush, la Ley “Antiterrorista”? ¿Quién avala el saqueo de nuestros recursos naturales —por ejemplo el petróleo— y castiga los bolsillos populares con una inflación que el INDEC pretende desconocer? ¿Quién controla a golpes, tiros y patotas cada barrio y cada villa miseria del conurbano bonaerense? ¿Quién maneja las grandes corporaciones sindicales-empresariales que acompañaron e impulsaron la privatización de la Argentina (desde los ferrocarriles hasta los teléfonos, desde la luz hasta el agua)? ¿El PJ, rancio y putrefacto, representa la opción progresista en Argentina? ¿Los matones de Raúl Othacé (distrito periférico de Merlo, provincia de Buenos Aires) y Julio Pereyra (distrito pobre de Florencio Varela) son sinónimos de democracia y liberación? ¿La CGT, estrecha aliada del neoliberalismo más furioso de Menem, sintetiza al pueblo? ¿Los que no movieron un dedo para recuperar con vida al desaparecido Julio López representan los derechos humanos?

Todo esto pone en evidencia, más que nunca, la necesidad de tomar la iniciativa política y la ofensiva teórica. Frente a la sucia alternativa en la que pretende hacernos caer la clase dominante, hay que sentar las bases de un tercer camino alternativo, revolucionario, que combine la hegemonía socialista y la independiencia de clase.

Es necesario profundizar las luchas que se encaminan en este sentido, como las actividades y las movilizaciones de los últimos días, donde el gobierno muestra sus dientes y reprime salvajemente a militantes y al pueblo pobre (incluidos muchxs compañerxs y amigxs nuestrxs, golpeadxs y encarceladxs).

Para que ese camino sea potente y pueda pisar fuerte, mostrándose como una verdadera alternativa revolucionaria ante toda la población, se hace imprescindible la construcción de una vanguardia que pueda tener un proyecto estratégico a largo plazo. Para eso, es momento de ir planteando una organización dotada de una sólida teoría revolucionaria, fundada en una fuerza social que aglutine a todos los sectores oprimidos y explotados, capaz de incidir y disputar en la coyuntura.

Una de las carencias del campo popular que puso en evidencia la rebelión y su posterior desenlace del año 2001 es la ausencia de una organización que pueda dirigir conscientemente las luchas populares. Es decir, frente a la crisis capitalista hay que prepararse y organizarse; de lo contrario, caeremos en el espontaneísmo, favoreciendo y posibilitando, ¡una vez más!, la recomposición hegemónica burguesa y la frustración de la militancia popular. En este camino, hace falta superar las luchas reivindicativas y reformistas para pasar a una lucha política que pueda articular y hegemonizar amplios sectores explotados. En esas tareas estamos. El desafío es a largo plazo.