[Libro completo] Los Guevara «eran una familia católica, pero no practicante», según la descripción del viejo amigo de Alta Gracia, José Aguilar. (El hermano Roberto Guevara nos ha confirmado, sin embargo, recientemente, que a religión no logró nunca poner un pie en aquella casa, dominada por la figura intelectual y brillantemente racional de Celia de la Serna). Es cierto, como sea, que el catolicismo no debe haber ocupado un lugar significativo en la adolescencia del Che, ya que nunca sintió la necesidad de tener en cuenta o de detenerse a reflexionar sobre esto aunque fuese retrospectivamente en la fase de su plena y madura adhesión al ateísmo.
Por un simpático episodio ocurrido en el verano de 1952, en el lazareto de San Pablo en el Amazonas, se iene la impresión de que Ernesto, ya con veinticuatro años, jovencito emprendedor y agitado por problemas ntelectuales de todo tipo, mantuviese entonces una relación de pasiva condescendencia con el mundo de la religión. El lazareto era en efecto atendido por monjas que, no obteniendo justificaciones plausibles por parte de los dos vivaces jóvenes (Ernesto y Alberto) sobre la ausencia de ambos a la misa, reducían como castigo sus raciones de comida. En muchos diarios y textos de reflexión íntima del Che no se encuentra mucho más acerca del problema de la religión.
El vehículo de la formación religiosa en las familias de tradición católica (máxime de cultura «hispánica» o «latina») era por entonces normalmente la madre. Celia de la Serna, sin embargo, fue siempre una mujer animada por fuertes intereses intelectuales, de orientación racionalista, ciertamente ajenos al conformismo cultural del catolicismo en Argentina. Un país, por añadidura, en el que la Iglesia no tuvo una vida fácil y mucho menos en los años de la presidencia peronista.