No volví a saber de Raymundo hasta que llegó la noticia de su desaparición. Recordé entonces sus palabras, su vitalidad, su decisión. Y estaba seguro -como lo estoy ahora- de que algún día volvería a aparecer Raymundo en medio de su pueblo. Todo parece indicar que así ha de ser.
A Raymundo Gleyzer lo conocí una mañana de septiembre de 1973 en Pesaro. Raymundo nos había mostrado con Los Traidores un momento particularmente duro y difícil de la lucha revolucionaria: los obreros ocupaban fábricas y se entrenaban para tomar el poder. Raymundo parecía navegar en la cresta de una ola cuando nos hablaba de su experiencia de intelectual pequeño - burgués que ha dado el salto, que ha comprendido cuál es el curso de la historia y que ha hecho suya la lucha por acercar el futuro. Nos habló de su rica experiencia en el grupo CINE DE LA BASE, de las salas de cine que pensaban construir para completar la idea de un cine militante y eficaz, del rescate de la fotonovela como forma popular de expresión e instrumento de lucha… Nos habló con entusiasmo y pasión de cosas concretas, verdaderas, tangibles, mientras otros por allá se perdían en discusiones lingüísticas con las que aspiraban a tranquilizar una mala conciencia ya que no podían -o no les interesaba realmente- hacer la revolución. Eso fue en septiembre de 1973. Sólo unos días antes Pinochet había roto la esperanza en Chile. Y en Argentina cada vez más se imponía el terror.
No volví a saber de Raymundo hasta que llegó la noticia de su desaparición. Recordé entonces sus palabras, su vitalidad, su decisión. Y estaba seguro -como lo estoy ahora- de que algún día volvería a aparecer Raymundo en medio de su pueblo. Todo parece indicar que así ha de ser.
Tomás Gutiérrez Alea
19 de abril 1985