Días atrás tomé conocimiento de una nota sumamente crítica de mis desacuerdos y radicales cuestionamientos a la teoría del “imperio” elaborada por Michael Hardt y Antonio Negri plasmados en mi libro Imperio & Imperialismo (Buenos Aires: CLACSO, 2002). Debo confesar que mi primera reacción luego de leer el trabajo de marras fue el de hacerlo a un lado y proseguir con mis labores. No me parecía que tuviera mucho sentido polemizar con una nota en donde la pasión puesta por su autor, un rasgo que sin duda juzgo como algo muy positivo cuando se juega en el terreno de la argumentación rigurosa, lamentablemente se agotaba en una tediosa sucesión de injurias y descalificaciones personales.
Sin embargo, poco después llegué a una conclusión diferente, y esto por dos razones. Primero, porque los argumentos esgrimidos en mi contra reflejaban, de manera cristalina, la preocupante confusión que prevalece en ciertos sectores de la izquierda, embriagada con los vapores del postmodernismo y ciega y sorda ante los desafíos que se desprenden de la realidad actual del imperialismo.