¿Ética romántica contra el marxismo? En la historia del socialismo mundial pocos revolucionarios han sido tan admirados y queridos como el Che Guevara. Hasta en el último rincón del mundo su figura es convocada para acompañar las rebeldías más diversas. No obstante este atractivo, creciente año tras año, el Che ha generado al mismo tiempo desprecios, odios, sospechas y condenas. No sólo entre sus enemigos históricos el imperialismo norteamericano y las burguesías locales de América Latina sino también en las propias filas del movimiento socialista.
Entre estos últimos desprecios y condenas, los más célebres han girado en torno a las acusaciones de idealista, subjetivista, aventurero y, fundamentalmente, romántico. Sí, romántico. Desde las catedrales socialdemócratas hasta las stalinistas, sin olvidarnos tampoco de algunos exponentes maoístas, trotskistas e incluso de la autodenominada izquierda nacional argentina, más de una vez el Che Guevara ha sido rechazado por su romanticismo. Sospechoso por no poder ser encasillado en ninguna de estas cristalizaciones y ortodoxias y, además, por haber hablado y escrito en voz alta sobre los problemas prácticos y teóricos de la revolución y el socialismo desde un país del Tercer Mundo, el mensaje rebelde de Guevara debió soportar durante demasiado tiempo la incomprensión y el silencio sistemático. Se lo respetaba, sí, y se lo llegaba a admitir en el panteón socialista, pero sólo a condición de prescindir de su radicalidad política y congelarlo como un mártir. Su supuesta ingenuidad política aquella que lo alejaba de la realpolitik, la razón de estado, el pragmatismo y el oportunismo era el pasaporte ideológico que lo disculpaba ante funcionarios y burócratas institucionales.