(A propósito de Tirofijo: Los sueños y las montañas de Arturo Alape. Este texto sobre la biografía de Alape fue escrito en la década del 90 e incorporado al libro Pensar a contramano. Las armas de la crítica y la crítica de las armas. Buenos Aires, Nuestra América, 2007.pp.289-290)
La década de los 90 fue, desde un comienzo, territorio arrasado. Aparentemente -sólo aparentemente- no había quedado nada en pie. El neoliberalismo se disponía a reinar diez mil años más.
Sin embargo, desde las zonas más oscuras y olvidadas del continente, volvieron los de siempre. Los sucios, pobres, desarrapados. Los que no tienen buenos modales. Chiapas y Colombia.
Automáticamente las industrias culturales del sistema se abocaron a su ejercicio predilecto: cooptar y/o neutralizar. En definitiva, bastardear. Así se quizo hacer con el zapatismo. Guerrilla posmoderna, se lo bautizó. Marcos se transformó, no en la esperanza de los indígenas chiapanecos sino a los ojos del poder, en un nuevo simbolo mercantil, tan inofensivo como lo fueron Marilyn Monroe, Elvis o Madonna. Sin embargo, cuando pasó el furor de la moda Chiapas, los zapatistas (y Marcos como uno más de ellos) siguen allí. En la misma. Tozuda y tercamente.
Apareció entonces en la escena mediática -porque en la realidad existía desde hace cuatro décadas- otra astilla molesta: la insurgencia colombiana. Aquí la cosa fue más difícil de digerir, por eso inmediatamente los medios intentaron contraponer a los colombianos con los mexicanos.
A pesar de todo tipo de maniobras, los líderes del ELN y de las FARC no pudieron ser -mediáticamente- neutralizados. Eran demasiados violentos. En la Argentina, sobre todo -según el menemismo- hacen acordar a nuestros «subversivos» de los años 70.
De esos líderes demonizados e indigeribles nos interesa en esta nota focalizar la mirada en el más viejo y emblemático: Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez, alias Tirofijo, cuya personalidad ha sido magistralmente retratada por el historiador y periodista colombiano Arturo Alape en un libro que hace poco fue editado en la Argentina aun cuando fue publicado originalmente en Colombia en 1994.
Marulanda no es universitario, ni es lindo, ni es joven. Lleva las de perder para el mundo del marketing y la publicidad. Viejo y arrugado, él constituye junto con Camilo Torres el máximo símbolo de la revolución colombiana.
Que no sea universitario (como lo fueron Fidel, el Che, Santucho, Cooke, Marcos, Fonseca y muchos otros revolucionarios) no es un mero detalle. Siempre se ha acusado a los grupos insurgentes latinoamericanos de ser foquistas, de haber nacido en los bares y sucuchos aledaños a las facultades de filosofía y de responder al sarampión adolescente y estudiantil de heroicos jóvenes, barbudos e iconoclastas, pero…de clase media. Esa acusación de foquismo, despectiva y peyorativa, totalmente aniquiladora de la tradición revolucionaria, ha sido empleada por los realistas, los que están de vuelta, los civilizados. Después de recorrer esta biografía un lector argentino llega exactamente a la conclusión opuesta. La insurgencia colombiana emerge, incluso antes de la revolución cubana, de las filas campesinas. Es más. El célebre historiador británico Eric Hobsbawm que recientemente visitó la Argentina ya señalaba en los años 60 en su hoy clásico Rebeldes primitivos que el conflicto social colombiano representa la mayor movilización armada de campesinos en la historia reciente del hemisferio occidental.
Que un intelectual como Eric Hobsbawm haya salido de su tranquila Gran Bretaña para depositar sus ojos en un país perdido como Colombia no debe extrañarnos. Lo mismo hizo Jean-Paul Sartre en 1964 cuando encabezó una carta colectiva dirigida al entonces presidente colombiano por las agresiones militares a la región de Marquetalia, zona de influencia comunista y guerrillera. Lo que sí debe extrañar es la falta de compromiso de muchos intelectuales actuales (argentinos pero no sólo) que prefieren mirar para el costado y hacer como si no se hubieran enterado de la intervención norteamericana en Colombia y en otros países de América Latina.
Dando cuenta entonces de ese contexto general, este libro de Alape cabalga a mitad de camino de la historia y de la literatura. Su estilo está atravesado por el entrecruzamiento de la biografía personal de su líder y la historia de la guerrilla, ambos flancos enmarcados en el amplio espectro de los avatares de la revolución colombiana, apenas un capítulo de la revolución latinoamericana.
El texto no sólo posee una sorprendente acumulación de entrevistas, consultas de periódicos y extensa bibliografía sino que además Alape matiza aquella masa informativa con trazos de inigualable ficción literaria, como los sueños de Tirofijo. Un personaje legendario, líder de la insurgencia más antigua del continente, que fue muerto tantas veces por la burguesía colombiana y el Ejército que el autor escribió también otro libro titulado Las vidas de Pedro Antonio Marín.
Este libro, pero sobre todo la historia real -personal y colectiva- que tiene por detrás, nos permite apreciar a nosotros, argentinos y suramericanos bien alejados de México y Colombia, que la lucha de las FARC (y el EZLN) no es un resabio sesentista, sino el único camino que les queda a estos pueblos para dejar de girar eternamente en el círculo vicioso del narco, de la miseria y la explotación, del lumpenaje capitalista y el macondismo.