Palabras sobre los exámenes

   

Deodoro Roca fue el principal ideólogo de la Reforma Universitaria de 1918. En 1920, Roca propuso suprimir el doctorado. 40 años antes que el mayo francés, Deodoro cuestionó los exámenes, construyendo una pedagogía socialista antiautoritaria.


[Nota introductoria de Néstor Kohan]

El pensador argentino Deodoro Roca (1890-1942) fue el principal ideólogo de la Reforma Universitaria de 1918. Roca redactó el célebre “Manifiesto Liminar” con que los estudiantes expusieron al mundo las razones de su levantamiento, en nombre del “derecho sagrado a la insurrección”. Deodoro tenía entonces 28 años.

Este movimiento estudiantil, que comenzó el 15 de junio de 1918 en la ciudad argentina de Córdoba, se extendió como reguero de pólvora por todo el continente. En poco tiempo todas las universidades de América Latina siguieron su ejemplo. José Carlos Mariátegui y Julio Antonio Mella formaron parte de ese movimiento.

Si bien nació a partir de reclamos estudiantiles y pedagógicos, inmediatamente sus ideas se prolongaron en un ideal político antimperialista y en un proyecto social de unidad con la clase trabajadora. Son incontables los dirigentes políticos de izquierda latinoamericanos (desde los moderados a los radicales) que realizaron sus primeras experiencias en el movimiento de la Reforma.

El ideario de la Reforma Universitaria argentina se adelantó -¡50 años!- al clima cultural del ‘68 europeo. Ya en los años ’20 Deodoro Roca había intentado legitimar la revuelta estudiantil contra el capitalismo defendiendo el rol protagónico de la juventud. Mucho más tarde -en los ’60- lo harían Herbert Marcuse (1898-1979), Charles Wright Mills (1916-1962) y Henri Lefebvre (1901-1991). Precursoramente, Roca se esforzó por conjugar a tres pensadores que volverían a ocupar la escena en los ’60: Marx, Freud y Nietzsche.

En 1925 Roca fue fundador de la filial Córdoba de la Unión Latinoamericana. Desde allí condenó al imperialismo, defendió la revolución bolchevique de Lenin y Trotsky y cuestionó a Stalin. Adhirió por un breve tiempo al Partido Socialista (PSA), del cual se fue para mantenerse independiente. Desde sus revistas Flecha y Las Comunas encabezó campañas en defensa de la revolución española y contra el fascismo. Se solidarizó con Augusto César Sandino (1893-1934), con los anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, y defendió jurídicamente a muchos presos políticos.
Deodoro falleció en 1942. Al poco tiempo se mudó a Córdoba un adolescente por entonces desconocido…Ernesto Guevara (1928-1967). Gracias a su amistad con Gustavo Roca, hijo de Deodoro, el joven Guevara devoró la biblioteca de Roca durante su juventud…

En 1920, Roca había promovido la supresión del doctorado universitario. En su opinión, “el título de doctor no hace otra cosa que satisfacer la vanidad de los mediocres”.

Cuatro décadas antes de la consigna del mayo francés [Examen = servilismo, promoción social y sociedad jerarquizada] y adelantándose a las críticas que Michel Foucault (1926-1984) realizara contra el examen en Vigilar y castigar (1975), Deodoro Roca radicalizó el ideario de la Reforma Universitaria cuestionando dicha institución.

La obra precursora de Deodoro Roca sienta las bases para una pedagogía socialista centrada en la libertad y no en la disciplina autoritaria, en una relación ente maestro y alumno dinámica y no mecánica, horizontal y no vertical. Muchísimos años después, algunas de estas ideas serán trabajadas por el pedagogo brasileño Paulo Freire (1921-1997) en su Pedagogía del oprimido.

A continuación reproducimos un artículo de Roca redactado el 9 de noviembre de 1930. Salió publicado en el N°1 de Educación, revista del Instituto Pedagógico de la Escuela Normal Superior de Córdoba, en noviembre de 1942. (Para más información, véase nuestro libro Deodoro Roca, el hereje. El máximo ideólogo de la Reforma Universitaria de 1918 hoy olvidado por la cultura oficial. Buenos Aires, Editorial Biblos, 1999 con apéndice documental).
>[Fin de nota introductoria]

Palabras sobre los exámenes

¡Exámenes a la vista! Bolilleros. más bolilleros… ¡Con sus inconfundibles dispositivos de juegol Como todos los años, vuelve a las sienes juveniles el presuroso latir de los días de examen, sobrecogidos, azarosos. Días de palideces, fiebres y vagas iniciales exprimidas por el tiempo implacable y premioso. Se ahoga en ellos la risa y la canción. Una emoción indefinible, angustiosa, serpentea en el pecho. Novia desvanecida, cine misterioso y lejano, guitarra colgada en las paredes de la pensión, charla encapotado, parque sellado… Afuera, rumores y perfumes estremecidos. El deseo se hincha y torna con el breve ritmo de un seno. Dulce vagar recogido y enrollado. Guardapolvo y texto. Tardes de noviembre. Exámenes. ¡Lotería, lotería!
El alumno acude con su número. No siempre saca premio. Hay que pasar de alumno a médico, a abogado, a ingeniero… Y se aguarda nerviosamente la aparición de un bedel (todos los que preguntan son bedeles). Es como llegar a un alero y sostenerse ahí. 0 caer y -moralmente- descalabrarse. Alguien no cae. Pero con toda valentía se mata en el mismo alero. Es lo mismo que llevar al alumno al filo de una roca y -como Satán a Cristo- decirle: “Todo esto será tuyo si me respondes a estas preguntas, si tienes suerte con estas bolillas desde donde te miro”.
El alumno mira la irreal riqueza que se le muestra, y entrega, por ese falso botón, su alma indefensa y simple. Lo humano, lo verdaderamente humano, sería irle apuntando, a lo largo de su vida de aprendizaje, qué cosas y qué ideas no “parecen” convenirle; qué cosas y qué ideas le serían de fácil adquisición… El problema del adiestramiento, la elección del trabajo fértil, el de la educación “total”, en suma es el que debiera mantener alerta la mente de los maestros. Por eso lo recuerdo en estos días pesarosos, ya que el examen debiera quedar catalogado -para siempre-, entre los “juegos prohibidos”, en defensa de la inteligencia.
La culpa -lo sabemos- no es de tal o cual profesor satánida. Es de tal o cual sistema. De un “régimen” de enseñanza que no es la superior, ni la inferior, y ni siquiera la doméstica o la oficial, sino toda la enseñanza contando con raras excepciones. Toda la enseñanza -expresada así en el vetusto examen- está fraguada apuntando al éxito. Hace depender de un éxito, de una buena jugada, a veces toda una vida. Y nada debiera depender de él mientras se ofreciera como un desafío en el que nunca el alumno suele elegir las armas y el terreno. Mientras se presente como premio a unos momentos de feliz gimnasia. Y ni siquiera de gimnasia mental, sino mecánica. 0 como “recompensa” a una prueba donde innegablemente intervienen factores tan extraños al conocimiento como lo son la audacia, la agilidad memorativa, la seducción verbal… Y lo grave es que esos factores siguen conformando más tarde la mente y la acción de sus beneficiarios. Y se hacen jugadores para toda la vida.
Las pruebas de un alumno deben durar toda su infancia, toda su adolescencia. Y unos años, no unos minutos; unos años durante los cuales deberá escoger por sí mismo su texto, después de haber averiguado -o al tiempo de averiguarlo- su preferencia, su afición. Años en los cuales por sí mismo -en vista de una tradición doméstica o un prejuicio confesional- ha de enfocar sus posibilidades por un único desfiladero. Porque llega un momento en la vida de los padres -y llégase muy pronto frente a la vida de los hijos- en que es preciso ceder terreno en el culto de la obediencia y de la disciplina, tan útiles siempre a nuestros mayores. Han de pensar en irlas sustituyendo por otras: ¡por la independencia y la acometividad tan molestas siempre a nuestros mismos mayoresl Y si estas virtudes -las verdaderas, las positivas- llegaren en su leal desarrollo a destruir la obra incipiente del padre o del maestro, poco importa.
Una vida exige rumbos nuevos. La verdadera educación -muchas veces lo leímos, pero pocas lo vimos practicado- es tanto como ensayo de desarrollar la atención, el deseo de comprender, el respeto a lo que comprendan, deseen y digan los demás. Rigor para sí, justicia para los otros. Atención para todo y para todos. La verdadera educación, la formación que ella anhela, debe ser siempre abierta. Y no debe fomentar la fe, sino la duda; no la credulidad, sino la oportuna y desnuda pregunta. La falsa educación -y entiendo por educación la formación integral-, la que tiene en su heráldica el examen, la educación juego, azar, “lance”, ominosa aventura, se nutre necesariamente de respuestas oficiales a preguntas más “oficiales” todavía. Se nutre -como dice Jarnés- de diálogos preconcebidos. Se nutre de premios y castigos, bárbaramente llamados “estímulos” (hablo de barbarie educacional). Conforme observa Bertrand Russell, ya concebida “como medio de adquirir un poder sobre el alumno y no de favorecer su futuro desarrollo”.
La falsa educación -¡toda la nuestra!- reposa en una cabal falta de respeto al discípulo. Nadie respeta al discípulo. La piedra milenaria del examen, parada estos días a la puerta de los establecimientos educacionales, así lo denuncia. Hay que respetar al hombre que llega, indefenso, al mundo. Hay que ser con él más solicito. Hay que respetarlo mucho más profundamente que al hombre de itinerario ya en marcha a acabado.
“Mientras en el mundo no se respete, principalmente, al niño”, dice ese magnífico espíritu que es Benjamín Jarnés, “a todo el niño (y lo mejor de él es su independencia en germen), mientras no se le respete mucho más que al hombre formado o al anciano, el mundo seguirá lleno de adolescentes envejecidos”.
¡Menos loterías, señores profesores! Los exámenes, las verdaderas pruebas -aunque así se llamen-, deben cifrarse no en las respuestas de los discípulos, sino en sus preguntas. De la desnuda y oportuna pregunta del discípulo debe inferirse su curiosidad, su capacidad, su aptitud, la calidad de su espíritu, su grado de saber y su posibilidad. La única relación legítima y fecunda que debe trasuntar un examen que aspire a salvarse es la de un discípulo que pregunta y la de un tribunal que responde. ¡Son ustedes los que deben “rendir”, señores profesores!
Mientras esto no ocurra, se seguirá oyendo en escuelas, liceos, colegios y universidades las dramáticas y fatídicas palabras del “croupier” docente:
–“¡No va más!”